
De manera desacostumbrada, voy a
abordar esta crónica de una entrañable noche por el final. Y lo hago porque se
vivió un momento que
resume, en gran
medida, una de las vertientes que un acto de este tipo tiene y que es su
organización. Y me refiero a cuando,
al
final de la gala, nuestro presidente, en comentarios absolutamente distendidos
y con una gran satisfacción en su semblante, nos comentaba que todo había
pasado “demasiado” rápido, “demasiado” sencillo, “demasiado” natural. He
entrecomillado el adverbio “demasiado” porque
los que le escuchábamos en ese momento sabíamos que nuestro presidente se
refería a que actos de este tipo en los que todo sale perfectamente saben a
“demasiado” poco.

Y también sabíamos que su referencia se basaba en que gracias
a una perfecta organización de su Junta Directiva, un grupo de pontanos que a
fuerza de emprender actividades de este tipo, es, la gran mayoría de las veces,
capaz de anticiparse a las eventualidades o de resolverlas con un entendimiento,
en ocasiones con simples miradas, propio de equipos “campeones del mundo”; de
esa forma, todo debe salir como salió: perfectamente.